Noticias
19/03/2018
Nuevo Mundo Israelita, por Josefin Dolsten*
En Madagascar vive la comunidad judía más joven del mundo

¿Descienden de alguna tribu perdida, o de
anusim portugueses? El hecho es que este grupo de africanos asegura tener
raíces hebreas, se convirtió al judaísmo ortodoxo y sigue la Halajá con
profunda fe y tenacidad
Aunque en Madagascar no existe una
sinagoga, mikve o escuela judía, los visitantes a esta isla-nación africana
pueden disfrutar de una comida estrictamente kasher, servicios religiosos de
Shabat y programas de estudio semanales de la Torá.
Esta comunidad de 121 personas, todas las
cuales se convirtieron al judaísmo en 2016, no puede costear la construcción de
una sinagoga. Por ello, una de sus integrantes recorrió Estados Unidos para
crear conciencia y buscar fondos para fortalecer la presencia judía. “Si la
gente tuviera suficientes recursos, quizá cada familia podría ahorrar dinero y
recoger lo necesario para levantar el templo, pero ese es el tipo de cosas que
no podemos hacer en este momento”, dice Elysha Netsar, docente universitaria en
química vegetal y prominente miembro de esa kehilá, cuya sede está en la
capital del país, Antananarivo.
Más de tres cuartas partes de la población
de Madagascar vive por debajo de la línea internacional de la pobreza (US$1,90
al día), según datos de 2012 del Banco Mundial. De acuerdo con Netsar, la
mayoría de los judíos son de “clase media”, lo que significa que ganan lo
suficiente para cubrir sus necesidades básicas, pero no para ahorrar.
“Un miembro de la familia real de
Madagascar me llevó a visitar las tumbas familiares, y vi lápidas de los siglos
XVIII y XIX cubiertas de inscripciones en hebreo”.
Tudor Parfitt, profesor de estudios
religiosos de la Universidad Internacional de la Florida
Sed de judaísmo
Algunos de ellos comenzaron a practicar el
judaísmo alrededor de 2010, pero solo se convirtieron oficialmente en judíos en
mayo de 2016, cuando tres rabinos ortodoxos viajaron a ese país ubicado frente
a la costa sudoriental de África para llevar a cabo las conversiones. Esto
convirtió a Madagascar en el hogar de la comunidad judía más joven del mundo,
según la ONG Kulanu (“Todos nosotros” en hebreo), que apoya a ese y otros
grupos aislados de todo el globo que buscan aprender sobre el judaísmo.
En lo que Netsar calificó un “evento
extraordinario”, 121 malagasis —como se llaman entre sí los habitantes de la
nación— respondieron a las preguntas de la corte rabínica y posteriormente se
sumergieron en un río, lo que sirvió como baño ritual. Los hombres se
realizaron circuncisiones simbólicas, y doce parejas contrajeron matrimonio
según la tradición judaica.
Netsar, como la mayoría de sus
correligionarios, llegó al judaísmo a través del cristianismo. Aunque fue criada
como católica, se sentía insatisfecha con su fe y trató de explorar otras
denominaciones cristianas. Ninguna la satisfizo. “Tenía esa sed muy dentro de
mí, la sensación de que algo me faltaba”, contó en el apartamento neoyorquino
de la presidenta de Kulanu, Harriet Bograd, que funge como sede de la
organización.
El judaísmo siempre estuvo en los
antecedentes de Netsar. De pequeña, su abuelo le dijo que tenía antepasados
judíos. Años después, cuando estudió la fe judaica, se sintió a gusto. “Buscaba
algo que me llenara, y solo lo logré cuando tuve una vida judía”, dice.
Ahora de 40 años, no es la única que cree
tener raíces hebreas; la mayoría de los malagasis piensan que descienden de
judíos, y algunos miembros de la comunidad incluso dudaban en convertirse, pues
consideraban que ya eran judíos. Las investigaciones genéticas no han podido
corroborar sus historias; al contrario, indican que los primeros pobladores de
Madagascar tuvieron origen malayo-indonesio, según Nathan Devir, profesor
asociado de estudios judaicos de la Universidad de Utah, quien ha estudiado al
grupo malagasi desde 2012. Posteriormente, también se establecieron inmigrantes
africanos bantúes en la isla.
Pero Devir no descarta por completo la
posibilidad de una herencia judía. “No tengo una opinión definitiva sobre el
hecho de si ellos descienden de gente que perteneció a alguna de las diez
tribus perdidas. Según las investigaciones genéticas que se han hecho parece
poco probable, aunque es posible”. Bograd considera que la autenticidad del
“secreto malagasi” —como se califica su creencia en la herencia judía— es
irrelevante para su trabajo con el grupo. “La posición de Kulanu, y la mía como
presidenta, es que cuando unas personas quieren practicar el judaísmo les damos
la bienvenida, y si tienen historias sagradas las honramos; pero no es nuestro
trabajo comprobar o descartar lo que realmente sucedió [en el pasado]”.
A finales de 2016, Netsar dictó
conferencias en varias sinagogas y organizaciones judías de Estados Unidos, con
el fin de recaudar fondos para los esfuerzos de Kulanu en su comunidad y en
otros lugares. Se ha establecido contacto con dos donantes potenciales para
construir la sinagoga y la mikve, pero los planes aún deben prepararse, como
indica la vicepresidenta del grupo, Bonita Nathan Sussman.
Los dirigentes de Kulanu esperan que Netsar
logre atraer la atención sobre el trabajo de la organización en Madagascar y
alrededor del mundo. Durante los últimos cinco años, dice Sussman, se ha
producido un incremento en la cantidad de grupos que se les acercan para
aprender más sobre el judaísmo. “Cada semana recibimos correos electrónicos de
individuos y nuevas comunidades. La gente clama por atención a las puertas del
judaísmo”. Cita contactos de interesados de Ruanda, Malasia, Afganistán, India
y la Costa de Marfil.
La motivación de Sussman nace de la
historia judía; ella ve su trabajo como una forma de “reconstruir el pueblo
judío” tras el Holocausto y la persecución de los judíos en los países árabes.
Mientras tanto, la comunidad “reconstruida” de Madagascar continúa balanceando
sus dificultades y responsabilidades diarias con un serio compromiso por
aprender más sobre su nueva religión. En el caso de Netsar, ello significa
hallar tiempo para estudiar la Torá entre sus dos trabajos (en la Universidad
de Antananarivo y como consultora para una firma médica) y los deberes
familiares, y además ayuda a cuidar a los niños de su hermana. Por ello, se
levanta diariamente a las cuatro y media de la madrugada. “Cada mañana, cuando
hago mi lectura de la Torá, es como beber energía”, asegura.
La mayoría de los judíos de Madagascar no
pueden estudiar los textos judaicos con tanta facilidad. Solo otro miembro de
la comunidad habla inglés, y leer textos complejos en francés les resulta
difícil aunque la mayoría entiende algo de ese idioma. Por ello, Netsar está
trabajando en la primera traducción al malagasi de los Cinco Libros de Moisés y
del Sidur. Hasta ahora ha completado el libro de Bereshit (Génesis), pero dice
que su trabajo le impide progresar tan rápidamente como le gustaría. A pesar de
sus responsabilidades, ella duda en definirse como líder, explicando que en su
comunidad ortodoxa, aunque hombres y mujeres son considerados iguales, “los
hombres deben dirigir”.
Netsar cita la tzniut, palabra hebrea para
modestia, al explicar su vestimenta: un sobretodo marrón que cubre la mayor
parte de su cuerpo, y un gorro que mandó a hacer a un sastre. No es la única
integrante de su comunidad que sigue una interpretación estricta de la Halajá,
la ley judía. Esa kehilá, que cuenta con tres líderes espirituales pero no un
rabino, prefiere fallar del lado de la precaución para no trasgredir
potencialmente la ley judía. Durante años, cuando no tenían acceso a carne
kasher, se alimentaban exclusivamente de pescado. “Todos en nuestra comunidad
quieren avanzar en su nivel espiritual, y lograrlo es mucho más importante [que
comer carne]”, dice Netsar.
Además de recaudar fondos en Estados
Unidos, Netsar aspira a que la experiencia única de los malagasis inspire a los
judíos de ese país. “He escuchado que la religión aquí es a veces superficial,
debido al ambiente social. Los judíos de Estados Unidos pueden aprender de
nuestra vida y de nuestra forma de ser judíos”, señala.
*Especialista en estudios judaicos y
religiones comparadas de la Universidad Hebrea de Jerusalén
Hallazgo sorpredente
La historia de la “comunidad judía más
joven del mundo” salió a la luz en 2013, cuando unos turistas judíos
contactaron a la organización Kulanu para informar que un grupo de alrededor de
200 cristianos de Madagascar estaba practicando rituales judíos, que habían
aprendido por su cuenta a través de internet y sin tener relación alguna con
comunidades judías.
Bonita Sussman, la vicepresidenta de
Kulanu, se encargó de comunicarse con esa comunidad, mientras su esposo, el
rabino Gerald Sussman, se disponía a responder la gran cantidad de cuestiones
halájicas que surgieron.
Cuando numerosos malagasis manifestaron su
deseo de convertirse al judaísmo, Kulanu organizó un Beit Din (corte rabínica)
que se trasladó a Madagascar. La corte estuvo encabezada por Ajiya Delouya,
rabino ortodoxo de origen marroquí que vive en Montreal, Canadá.
Siendo francoparlante, Delouya pudo llevar
a cabo las conversiones en esa lengua, que se usa en Madagascar. En lugar de
las 30 conversiones que esperaba, en Beit Din se vio ante más de cien. El
proceso se materializó en mayo de 2016. Curiosamente, los malagasis optaron por
el formato sefardí del judaísmo, con el que se sintieron más identificados.
Tudor Parfitt, profesor de estudios
religiosos de la Universidad Internacional de la Florida, viajó a Madagascar
para estudiar la realidad sobre el terreno, y halló que las leyendas sobre el
vínculo de la población de ese país con el judaísmo están más difundidas de lo
que anticipaba. De hecho, “un miembro de la familia real me llevó a visitar las
tumbas familiares, y vi lápidas de los siglos XVIII y XIX cubiertas de
inscripciones en hebreo”.
Aparte de las historias sobre alguna tribu
perdida de Israel (o incluso especulaciones de que Madagascar habría sido la
biblica tierra de Ofir, desde donde el rey Salomón recibía cargamentos de oro,
plata, marfil y otras riquezas), Parfitt señala: “Hay buenas razones para creer
que algunos anusim (judíos convertidos a la fuerza por la Inquisición) de
origen portugués se establecieron en Madagascar”.
El rabino Sussman se sorprendió por la
razón que muchos de los malagasis le mencionaron para querer convertirse,
además de su amor por la Torá: consideran al judaísmo como una expresión de
libertad. “Definitivamente existe la sensación de que están volviendo a sus
raíces y superando el colonialismo (…) El judaísmo nunca ha sido asociado con
los poderes coloniales, y la historia judía es una historia de libertad y
justicia”.
En cuanto al futuro de este tipo de
comunidades, Sussman comenta: “El mundo judío no sabe realmente cómo lidiar con
esto. Tengámoslo presente: nosotros no vamos a ellos, ellos vienen a nosotros.
Esa es una diferencia significativa”.
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